19 de agosto de 2012

El viejo baúl


Tengo una casa en el pueblo, en el pueblo de mis padres, en el pueblo en que nací. Es una casa vieja y destartalada, se la ha reformado sólo lo justo para mantenerla en pie y para hacerla habitable unas semanas al año en el mes de Agosto durante las vacaciones. Tiene una parte antigua que se conserva tal y como era hace un siglo, o quizás más, con el suelo de baldosas rojas, el pasillo empedrado por donde antiguamente pasaban los animales para llegar a las cuadras, el techo abovedado y una campana enorme en el salón sobre una chimenea que hace decenas de años que no se usa.

También tiene una parte nueva, con un comedor, una cocina y un cuarto de baño. El antiguo corral, se ha convertido en patio y cochera. Antes había tres olivos que plantó mi padre por cada una de las hijas que tuvo, ahora nada más queda uno, el del medio, y se está convirtiendo en un problema porque está enfermo y se ha hecho tan grande que es un peligro para las paredes de los vecinos. Lo más práctico sería cortarlo, pero no pienso hacerlo, la sombra que da en los días de canícula veraniega es impagable.

Heredé una tercera parte de la casa cuando murió mi padre. Años después, tras la muerte de mi madre, que era en realidad quien la mantenía viva, mis hermanas quisieron venderla, porque mantener una casa antigua cuesta mucho dinero y da pocas satisfacciones. Y yo, que siempre he sido así de ilusa, no pude soportar la idea de perder algo que había estado en manos de la familia durante muchas generaciones, sentía que era como perder las raíces y que decepcionaría a mis padres, así que compré a mis hermanas su parte y me convertí en feliz propietaria de una casa "rústica" en un pueblo del sur con encanto.

6 de agosto de 2012

Libertad Morán: Nadie dijo que fuera fácil


Descubrí a Libertad Morán, literariamente hablando, en una conocida web de libros digitales en formato epub. Allí encontré, entre las recomendaciones de la página principal, el segundo libro de la trilogía de Ruth Mujeres estupendas, y me lo descargué por curiosidad junto con otros libros recomendados. No tenía ni idea de lo que iba a encontrarme cuando comencé a leerlo, no conocía a la autora, nunca había oído hablar de ella ni tenía indicios de su trayectoria profesional ni de su personalidad. Rápidamente quedé atrapada en la historia de Ruth, Sara y su grupo de amigas, sus andanzas por el barrio de Chueca y su manera desesperanzada de ver la vida.

Leí después el resto de libros de la trilogía, y también la primera novela que la escritora había publicado, Llévame a casa, que fue finalista del premio Odisea de Literatura en el año 2003. Todo ello en una semana escasa. Son historias tan frescas y absorbentes que cuando empiezas no puedes parar de leer. Estilo directo, lenguaje fluido, vocabulario sencillo, diálogos abundantes y cierto toque de humor son algunas de sus características.

Libertad Morán es uno de los pocos casos de escritora precoz. Comenzó a escribir a los 12 años, su primera novela la terminó a los 15, y a los 24 publicó Llévame a casa. A partir de ahí, y en pocos años, escribió y publicó las tres siguientes, su creatividad parecía no tener fin, hasta que de repente, y de eso hace ya unos cuantos años, sufrió ese bloqueo que padecen todos los escritores alguna vez en su vida y perdimos su pista.